«No se violenta impunemente a la naturaleza, y el médico verdadero en el dominio de la psiquiatría es el que se esfuerza por comprender y por ayudar a sus enfermos teniendo en cuenta, en unidad armoniosa, tanto las leyes de su naturaleza fisiológica como las leyes de su naturaleza moral»

-Dr. Henri Baruk

Elementos de la Psicología Integral de la Persona

  • La Psicología Integral de la Persona es un meta-modelo de Psicología clínica. Como tal, se orienta principalmente a la dilucidación de las preguntas últimas que pueden formularse en el ámbito de esta disciplina.

    En cuanto que su foco está puesto en las realidades últimas, tiene una vocación integradora. En primer lugar, integrar diversas teorías expuestas por psicólogos desde que la Psicología existe como disciplina. También, se busca integrar lo dicho por tantos filósofos o sabios que han sido un aporte en la comprensión de lo humano en cuanto a lo psicológico. Además, se pretende integrar teóricamente diversos niveles que podemos discernir en lo humano: lo biológico, lo sensible y lo racional. Por último, también es posible establecer una continuidad entre un nivel natural y un nivel sobrenatural en el perfeccionamiento del ser humano. Aunque esto solo será objeto de consideración para quien esté abierto a la experiencia de fe, la PSIP busca distinguir ambas dimensiones, pero de tal manera que puedan ser reunidas por quien así lo pretenda.

  • La PSIP reconoce en la persona humana el ente más digno en toda la naturaleza, sintetizado en la máxima que orienta nuestra aproximación: “Persona est perfectissimum in tota natura”1 (S. Th. I, q. 29, a. 3 in c.). Esto es fundamental, ya que tal supuesto permite ordenar todo el quehacer humano y consecuentemente realizar la integración mencionada. En efecto, ante todo se busca el bien de la persona que es su felicidad. Como advertía Tomás de Aquino comentando la metafísica de Aristóteles: “Todas las ciencias y todas las artes se ordenan a algo uno, a saber, a la perfección del hombre, que es su felicidad” (In Metaph., Proem.). Por lo tanto, para que la Psicología clínica –y cualquier otra disciplina práctica– encuentre su fundamento y perfección última, debe conocer a la persona humana: su ser, su bien, su naturaleza, sus posibilidades de desorden y cuestiones de este tipo.

  • Como se ve, la integración que se anhela desde la PSIP no es una integración pragmática, estadística o según otro criterio integrador, sino una integración desde una visión del ser humano, de su bien y su felicidad.

    En particular, podemos pensar los diferentes niveles de integración de la siguiente manera:

    1. La integración entre los autores de Psicología se puede establecer en la medida que, si contamos con un esquema antropológico y ético consistente, toda formulación acerca del ser humano es susceptible de ser interrogada con preguntas del tipo: ¿es verdadero lo que se afirma? ¿conviene realmente a la felicidad del individuo?

    2. De la misma manera, se puede integrar lo dicho por pensadores antiguos y contemporáneos–, incorporando esas nociones en el presente. Para ello, es fundamental distinguir las palabras en un sentido externo, de la palabra interior captada por el autor; o, lo que es lo mismo, las palabras mismas, de las realidades que expresan.

    3. Respecto a la integración que pretende la PSIP de los distintos niveles humanos –vegetativo, sensitivo y racional–, encontramos que los tres están ordenados entre sí, de tal forma que el ser humano encuentra su felicidad obrando por razón y con emoción. La razón comprende, orienta, decide, ama, es dueña, mientras que la emoción acompaña, ayuda a discernir, aporta con matices, encarna, impulsa, retrae, etc.

    4. Por último, la integración entre el orden natural y sobrenatural, se da en la medida que es posible un diálogo entre fe y razón. Dicho diálogo ocurre en la medida que estas dos realidades no pueden ser contradictorias teniendo un mismo origen y un mismo destino: un origen común en Dios, creador de toda realidad y una confluencia de destino en el bien de la persona humana y la sociedad.

  • En primer lugar, la Filosofía puede tener una función crítica en cuanto advierte de la inconsistencia de ciertos conceptos o proposiciones psicológicas. Es un aporte negativo que nace de la capacidad crítica de la Filosofía y que le viene por ser una ciencia anterior que, por lo mismo, posee una mayor visión de conjunto. En segundo lugar, la Filosofía puede realizar aportes desde su propia disciplina, iluminando conceptos como el de felicidad, emoción, virtud, amor, persona, facultad, entre otros. En este punto, la Filosofía supone un aporte perfectivo que orienta e ilumina. En tercer lugar, la Filosofía puede inviscerar a la Psicología, iluminando desde el interior. Esto implica dar nueva luz sobre conceptos propiamente psicológicos como el de salud psíquica, psicopatología, vínculo terapéutico, mecanismo de defensa, estructura de personalidad, etapas del desarrollo humano, por nombrar unos pocos.

    Si pensamos en integrar, solo el tercer nivel puede dar todos los frutos que se esperan de la colaboración que la Filosofía puede dar a la Psicología clínica.

  • Teniendo el objetivo de integrar claramente definido, podemos posteriormente pasar a preguntarnos por la Psicología clínica misma y sus grandes temas. En particular, hemos definido seis preguntas clave que toda teoría clínica debiera plantearse: (1) qué es la Psicología clínica, (2) qué es la salud psíquica, (3) qué es el desorden psíquico, (4) en qué consiste el diagnóstico clínico, (5) en qué consiste el proceso de sanar psíquicamente y (6) cuál es el rol del terapeuta.

  • Es una ciencia práctica que busca conducir procesos de cambio en las personas desde un estado de desorden psíquico hacia un estado de salud psíquica. La salud psíquica es la realidad que engloba todo lo concerniente a la Psicología clínica. En otras palabras, la salud psíquica es el fin que intenta y, por lo mismo, su objeto formal. Bajo ella se contienen muchos elementos, algunos de ellos muy comunes en la literatura psicológica, como diagnóstico clínico, tipos de desórdenes psicológicos, el fenómeno de lo inconsciente, mecanismos de defensa de la angustia, técnicas que permiten sanar psíquicamente, etapas del desarrollo, el funcionamiento neuropsicológico, el vínculo humano y terapéutico, pronóstico y cambio terapéutico, etc.

  • Lógicamente, la primera y más importante de todas las preguntas apunta a la definición de la salud psíquica. En su comprensión se juega el espacio propio de la Psicología clínica. En efecto, nuestra disciplina no es reductible ni a la Ética ni a la Antropología. Sería reductible a la Ética si la salud psíquica fuera idéntica a la virtud. Por su parte, se distingue de la Antropología en que ésta es una disciplina especulativa, y la Psicología clínica una disciplina práctica porque intenta un fin práctico, a saber, alcanzar la salud psíquica. Por tanto, más bien se vale de la Ética y la Antropología, pero para avanzar en la comprensión y el logro de una perfección específica del ser humano: el orden de su sensibilidad en aquella región que puede ser movida por la razón. Esto es, la perfección del apetito sensitivo, la cogitativa, la memoria y la imaginación.

    Ahora bien, no aborda esta dimensión de cualquier manera. Por de pronto, la sensibilidad humana puede ser movida neurobiológicamente, como cuando por una lesión cerebral en la amígdala una persona vive impaciente e irritada; o puede ser movida por la razón, como cuando se consiente en una ira homicida y se busca voluntariamente la muerte de otro. En cambio, la Psicología considera la sensibilidad desde sí misma, como cuando el deseo homicida proviene de experiencias que han producido dicha disposición en el individuo. Si miramos la sensibilidad a partir de sí misma, la tarea consiste en sumergirse en la sensibilidad humana para encontrar su lógica autónoma. Esta lógica reducida a sus términos esenciales es como sigue: el apetito sensitivo se mueve ante el juicio de la cogitativa, generando reacciones que pueden ser almacenadas en la memoria (lo cual se conoce como experimentum afectivo). A su vez, cada una de estas facultades influye en las otras, produciendo dinámicas complejas de relación.

    La interacción de estas facultades será ordenada si se mueve en conformidad con la dimensión superior del ser humano que es su razón y su voluntad. Si no ocurre de esta manera, la persona se experimenta a sí misma poco libre, enajenada, no dueña de sus acciones y sentimientos. Por tanto, la salud psíquica consiste en la integración interior de todas las facultades humanas en orden a fines pensados y voluntariamente queridos. Pero para que no se confunda con la virtud –que también es una disposición operativa buena–, debemos agregar que lo que directamente se busca es que no existan obstáculos desde la misma sensibilidad -es decir, movimientos del apetito sensitivo que provienen de experiencias que han desordenado emocionalmente- sino una aptitud del apetito sensitivo a seguir el movimiento voluntario, ordenado por un entendimiento verdadero de las cosas.

  • El desorden psíquico es la privación de la salud psíquica, su contracara. La PSIP conceptualiza el desorden psíquico como una realidad causada por la vida sensible. En efecto, son problemas afectivos, cuya causa está en una o más experiencias sensibles que no han sido integradas adecuadamente. El trastorno psíquico es, entonces, una disposición desordenada del apetito sensitivo, que nace de un juicio práctico sensible fijado rígidamente en la memoria que actúa a modo de obstáculo, impidiendo que la persona se mueva de acuerdo a su voluntad.

    Este juicio se ha fijado por experiencias de la vida que generan atracción desordenada (extáticas) o rechazo desordenado (traumáticas) hacia determinadas realidades. Esto permite dar cuenta de la caracterización que suele hacerse del desorden psíquico. En efecto, el desorden psíquico manifiesta una rigidez conductual y afectiva, una libertad condicionada para decidir, una intrusión de afectos e ideas que interfieren con la cotidianeidad de la vida, una dificultad para conducirse de manera asertiva en el ámbito del conflicto, una incomprensión del sentir y actuar por parte de los demás, por nombrar algunas de sus características. Toda esta rigidez y limitación corresponde a una afectividad que surge espontáneamente con cierta autonomía y que contraría en algún grado la adecuación a la realidad.

  • En relación al diagnóstico, hay que advertir que, en cuanto el problema pertenece propiamente a la dimensión sensible, es necesario conocer la disposición psíquica desordenada en sus elementos intrínsecos. Esto quiere decir que, conociendo las facultades que son sujeto de estos desórdenes, principalmente cogitativa, apetito sensitivo, memoria e imaginación, se debe poder dar cuenta del desorden psíquico a partir de los actos y de la dinámica de estas facultades.

  • Llamamos sanar al momento en que se supera la disposición afectiva desordenada. Lo que esencialmente sucede en ese paso de la enfermedad psíquica a la salud psíquica es la superación de un juicio de la cogitativa fijo –un experimentum patológico–y, en consecuencia, de un afecto desordenado a modo de disposición. Es decir, el juicio que había quedado fijado en la memoria producto de experiencias vitales deja de estar. De este modo, el juicio actual de la cogitativa se ciñe al juicio de la razón, moviéndose en conformidad con él. Así, el cambio hacia la salud psíquica se entiende como una superación de una sensibilidad rígida que, mientras está, impide la manifestación de la espontaneidad de la razón en la esfera sensible.

    Para que se supere el juicio fijo de la cogitativa, se debe lograr que la persona afectada vuelva a su experiencia sensible, se familiarice con ella y, mediante algún instrumento de orden técnico, hacer que otras experiencias puedan tener el peso afectivo que debieran tener.

  • El rol del terapeuta consiste en facilitar el proceso de cambio, teniendo como principal criterio el favorecer la salud psíquica. No lo hace como quien crea una nueva disposición desde fuera, sino como un ayudante o colaborador de la naturaleza: se trata de descubrir cómo el apetito sensitivo interactúa con la cogitativa, la memoria, la imaginación, la razón, la voluntad y la dimensión biológica, intentando generar las condiciones propicias para que ocurra la superación del conflicto.

    Además, es rol del terapeuta poder transmitir adecuadamente este diagnóstico en el momento oportuno y de la manera más conveniente, siempre pensando en que este diagnóstico pueda ser adecuadamente recibido y asimilado por el paciente.

    Ahora, si bien por un lado es fundamental que el terapeuta haga un buen diagnóstico del problema en los términos planteados más arriba, desde la PSIP ponemos un especial énfasis en no reducir a la persona a mecanismos o dinámicas psíquicas determinísticas. Es necesario encontrarse con una persona en el sentido profundo de la palabra, es decir, con una interioridad constituida en primer lugar por la dimensión libre y espiritual de cada cual. En esa interioridad, expresada en un querer íntimo, se manifiesta lo más digno del sujeto. A su vez, en esa dignidad halla toda su justificación nuestro quehacer como psicoterapeutas y el horizonte último hacia el que se debe encaminar el paciente. Y estos dos aspectos –nuestro quehacer y el horizonte del paciente– no están desconectados entre sí.

¿Quieres conocer en mayor detalle la PSIP?

Lee el artículo Psicología integral de la persona. Bases para un meta-modelo de Psicología clínica.