La esperanza: su componente afectivo y cognitivo

Jesús Muñoz

Introducción: La madre, al pie del lecho de su hijo gravemente enfermo, espera que éste sanará. Junto a otro lecho, una esposa mira ya inmóvil para siempre y palpa yerto el cadáver de su esposo fallecido. Ha tenido que cesar de esperar. ¿En qué conviene y difiere el interior de ambas amantes afligidas? En las dos el afecto, el sentimiento parece llenarlo y absorberlo todo; angustia ante el espectáculo presente del hijo sufriendo, del esposo exánime. La intensidad de ese sentimiento de tristeza y su difusión por todo el ser parece que no permite en éste otra realidad consciente que la de "sentir". Mas ese sentir, experimentar sentimiento, no es idéntico en ambos casos. En la recién viuda, todo es tristeza sin alivio. En la madre, es aflicción templada por un invisible y misterioso consuelo. En la primera es la noche tras el ocaso; en la segunda, la noche pronta a transfigurarse con las primeras tenues luces del amanecer. La viuda ya no espera la curación de su esposo; la madre sí, la del hijo.

La diferencia es clara. Su raíz, ¿dónde está? ¿En el hecho presente? No. Este es análogo para ambas: la privación de un bien inestimable; porque bien inestimable es, para la madre, tener a su hijo sano; para la esposa, a su esposo con vida. Es verdad que la vida es más valiosa que la salud; pero esa diferencia es sólo de grados, cuantitativa. La cualitativa es otra. Su causa está en el futuro: la enfermedad desaparecerá y la salud volverá; la vida ya no se recobrará. Los hechos, pues, nos presentan el estado afectivo de esperanza bien diferenciado de lo que no lo es. Ya aislado, está en condiciones de que podamos examinar su estructura interna. Intentemos hacerlo.

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