Repensando el Apego desde su naturaleza

Noviembre, 2020

Es tanta la relevancia de este concepto de la psicología, que su uso y significado se ha expandido tanto en otras áreas del conocimiento, así como ha llegado a ser "manoseado" incluso por el comercio. Asimismo, es como en los últimos años hemos podido ver cómo ha crecido en varios centros comerciales ‒bajo agresivas estrategias de marketing‒ la oferta de todo tipo de productos que parecieran ser “el boleto de oro” para lograr el apego con el bebé, encontrando entre ellos: nidos de apego, pulpitos de apego, collar de apego y suma y sigue.

Pareciera ser que la existencia de estos productos deviene de una inseguridad que se ha instalado en los padres primerizos, dadas las  altas exigencias existentes en torno a la crianza y de las  desdibujadas nociones del apego que hay en la cultura popular, producto de un uso indiscriminado del término. Esto ha radicado en la importante presencia de una incertidumbre en las madres, respecto a no ser “suficientemente buena”; intentando reemplazar con un producto una función que únicamente las madres pueden lograr y de la que no se necesita objeto material alguno.

¿Por qué no se requeriría de algún objeto material? Observemos cómo se da el fenómeno del apego (o imprinting) en el mundo animal. El comportamiento de los mamíferos ante los primeros momentos de la vida de sus crías es muy similar al comportamiento de las madres humanas y sus hijos recién nacidos. Desde ahí, es que es posible establecer un paralelismo entre el desarrollo de mamíferos y humanos:  con ellos compartimos toda la dimensión vegetativa ‒nuestras funciones biológicas‒ y sensible. Varios tendrán ya la experiencia de observar a una gata junto con sus crías recién nacidas: esa dedicación y esmero silencioso bajo el cual lame y cuida con celo a cada una de sus crías, cómo las guía al pecho y tolera para sí misma los dolores físicos que incluye este cuidado. La gata, para brindar este cuidado no necesita otra cosa que a sí misma: su presencia, su cercanía. Esta observación no se aleja mucho de la experiencia de la mujer puérpera con su hijo recién nacido, quien instintivamente busca a la madre porque desde el útero ya conoce su olor. La diferencia es que, en la experiencia humana, existen ya las facultades superiores: el entendimiento, la conciencia y la voluntad, de las cuales carecen los animales. Esta última característica complejiza indeterminadamente la experiencia física y emocional de la madre puérpera junto a su hijo: gracias a estas facultades es que la madre tiene la capacidad de mentalizar (imaginar el estado interno de su hijo) y para ello, generar una especie de conciencia compartida donde las necesidades de su hijo son igual de conscientes para ella como las suyas propias. Esto facilita el establecimiento de una relación afectiva donde la madre es capaz de devolver al hijo los estímulos del ambiente de una forma que sean comprensibles para él.

Así, como el desarrollo físico y conductual animal se apuntala desde una impronta con un cuidador; nuestro desarrollo físico, emocional y espiritual también se va a apuntalar desde el vínculo emocional y físico profundo con los padres. Se debe reconocer entonces, que el apego tiene un importante componente animal y mamífero: el proceso del embarazo y trabajo de parto ‒junto con sus consecuencias hormonales‒ van a permitir en madres humanas y animales aislarse del mundo exterior para estar en mayor sintonía con las necesidades de su hijo recién nacido. La diferencia es que, para el ser humano, este proceso biológico va a ser fundamental: la madre primero aprenderá a leer las necesidades físicas de su hijo, para después poder desarrollar la capacidad de leer las necesidades emocionales de su hijo. En última instancia, cuando el bebé se convierte en niño, la madre ya aprende a leer sus necesidades físicas, emocionales y, gracias a ambas, las espirituales.

No obstante, pareciera que ya en algún punto de la historia esta conexión de lo humano con lo animal se desdibuja, producto de la prevalencia de un excesivo cientificismo en la noción de la persona. Algunas corrientes contemporáneas de la filosofía y la psicología, en busca de lo medible y de lo observable, sustentaron sus nociones de lo humano solo en lo que puede cuantificarse; lo que lleva a un reduccionismo sin vuelta atrás. El concepto integrado de la persona humana, desaparece por completo. Este cambio en el pensamiento generó también cambios en la sociedad: es por esto que se empieza a esparcir la noción cultural en occidente de que el bebé debe ser independiente, cuanto antes, de su madre y de sus cuidadores. Así, la cercanía física de la madre y sus hijos se desincentivó desde la pediatría, aludiendo al argumento de que eso empujará al bebé y la madre a reducirse a sí mismos al mundo animal. En vez de reconocerse que el hombre comparte mucho de su naturaleza con el animal, esta noción se niega y pulveriza. Afortunadamente gran parte del pensamiento científico actual ya se ha ido alejando de esta dañina noción.

¿Que se necesita entonces para lograr el apego seguro? Por lo pronto, entender que los objetos que están en el mercado solo nos van a facilitar algunas labores con los hijos, pero que desde luego no hay nada material que reemplace la figura de los padres. Primero, debemos honrar a nuestros parientes lejanos de la evolución y reconocer que también somos mamíferos; pero que estamos llamados a una complejidad mayor. Para que se desarrolle esta complejidad es necesario que ‒al principio de la vida‒ los cuidadores respondan a las necesidades biológicas y que, en ese mismo proceso, aprendan a responder a las necesidades emocionales. Esto permitirá que el niño vaya desarrollando la noción de que él es valioso sólo por existir, y que por ende, es merecedor de cosas buenas para él. El apego seguro producirá en el niño movimientos afectivos en torno a la esperanza que, si se mantienen a lo largo del ciclo vital, van a permitir que se consolide ya la esperanza como una virtud; lo cual tiene enormes beneficios no solo para la salud mental, sino para la salud espiritual. Posteriormente, en la medida en que los padres sintonicen adecuadamente con las necesidades emocionales de sus niños, lograrán también la sintonía a nivel espiritual con ellos: en donde podrán los padres guiar el recto crecimiento del alma del niño.

Así es como se establece, gracias al apego seguro, la confianza básica en el desarrollo y la esperanza queda como una ganancia operativa para toda la vida. El niño con apego seguro tendrá la confianza en que, apoyado en sus padres, podrá crecer con apoyo incondicional: de la misma manera en la que al delgado tronco de un joven árbol se le coloca un tutor para que crezca recto y vigoroso, y que no se quiebre o caiga pese a las inclemencias del clima invernal.

María Victoria Saver Silva

Psicóloga Clínica Infanto Juvenil

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