Aceptarse para avanzar

Agosto, 2021

El ser humano siempre ha demostrado a través de sus actos una necesidad natural a crecer, desarrollarse y perfeccionarse en distintos ámbitos de su vida, como en la búsqueda de la excelencia en el trabajo, en la superación personal, o en potenciar la propia imagen física.

Este afán de desarrollarse es sin duda un signo positivo que permite acceder a una mejor calidad de vida, ganando seguridad y confianza al ir alcanzando las metas personales. No obstante, cuando se transforma en una obsesión ya no se siente satisfacción, sino una constante sensación de amenaza, inseguridad e incertidumbre, y es en este punto cuando hemos caído en las garras del perfeccionismo.

Sin embargo, no es tan fácil identificar esta tendencia perfeccionista pues la sociedad actual, de por sí bastante competitiva, tiende a mirar el perfeccionismo como una especie de defecto-virtud, resultando difícil tomar conciencia del propio sufrimiento y desgaste del esfuerzo realizado por hacer las cosas a la perfección.

El significado etimológico de perfeccionismo deriva de la palabra “perfectio”, que se traduce como “la acción de dejar algo acabado”, aludiendo a la idea de término, de completar una acción sin errores ni fallas. Por otro lado, muchas veces detrás de esta búsqueda de perfección se esconde un juicio: “No soy suficiente”, el cual actúa como su motor de avance. La trampa de la perfección es que se piensa que al hacer las cosas de manera impecable, sin fallas ni errores entonces se tendrá éxito, “habrá acabado”, y mientras el ser humano esté vivo siempre estará cambiando, por lo tanto la perfección es imposible de alcanzar.

Hoy en día muchos padres se embarcan en una búsqueda voraz de conocimientos sobre embarazo, parto, lactancia antes de vivir tales experiencias, como si de una receta se tratara, aterrándose ante la idea de fallar. Sin embargo, olvidan la variable más importante de todas: el vínculo genuino entre dos personas (padres e hijos), con sus fortalezas, caracteres, intereses y sobre todo sus vulnerabilidades. Los mejores padres no son los que no se equivocan nunca, sino quienes se han atrevido a fallar aprendiendo de sus errores para encontrar mejores caminos que los conecten con sus hijos, pilar fundamental de la paternidad.

¿De dónde proviene tanto temor a equivocarse, a cometer alguna falla? Detrás de una persona perfeccionista se esconde alguien muy vulnerable, con una autoestima y autoconfianza disminuida, que no quiere verse expuesto ante los demás tal cual es, con sus defectos y sus virtudes. Es alguien que no se acepta incondicionalmente y cree que los demás tampoco lo van a valorar y apreciar, es así que esconde bajo llave su vulnerabilidad, distanciándose de la realidad, de los demás y de sí mismo.

Las personas que están satisfechas con su vida no son los que han “acabado”, los que llegaron al final, sino quienes se sienten bien con lo suficiente, pues saben que los fracasos no son el término de sus sueños, sino instancias de aprendizaje y crecimiento. Son esas personas que con pequeños actos de audacia viven la experiencia de equivocarse, de fallar incluso a la vista de otro, porque saben que solo siendo ellos mismos pueden ser realmente amados de manera benevolente, incondicional.

Poder ser sinceros con uno mismo permite descubrir y conectarse con los verdaderos sueños y metas, disfrutando la libertad de elegir aquello que más se anhela. Aceptar la vulnerabilidad propia es contemplar la verdad de sí mismo y la verdad siempre trae gozo. Quien abraza y ama su fragilidad encuentra paz: “ésta es la perfección de un hombre, descubrir sus propias imperfecciones” (San Agustín).

Y en relación a los demás, cuando se abraza la propia vulnerabilidad resulta mucho más fácil conectarse con la vulnerabilidad del otro y acercarse a él de una forma más honesta y auténtica.

Josefina Allende Correa

Psicóloga

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