Templanza y salud mental

Septiembre, 2021

“No esperes el momento oportuno, créalo”

-G.B Shaw

Muchas veces nos preguntamos qué es la salud psíquica, y si podemos alcanzarla; en la psicología y en el sentido común encontraremos diversas respuestas que muchas veces son contrarias, algunas niegan que exista, otros tienen una visión rígida de lo que significa. Por ejemplo, para la OMS, la enfermedad psíquica, se manifiesta en el actuar humano, en los sentimientos, pensamientos y actitudes. De acuerdo con las definiciones que encontramos, nadie se libraría de estar enfermo, pues la salud psíquica implicaría el bienestar total de algo que es muy complejo y que está en constante movimiento.

Lo que sí podemos decir, es que nos damos cuenta de que la vida psíquica, la vida de las emociones, es una vida muy dinámica; muchas veces las personas alcanzan un bienestar psicológico por bastante tiempo y luego caen en algún problema que no saben cómo solucionar y que los hace sufrir a ellos y a sus cercanos.

Cuando llega un paciente a terapia, llega porque algo lo hace sufrir, porque tiene un problema que resolver o una meta que alcanzar; el trabajo del psicólogo es ayudarlo a entender el problema y juntos probar ciertas soluciones que aportan la ciencia y el arte terapéutico, para sanar ese sufrimiento. Pero esto no es nada de fácil para quien padece el problema.

Como menciona Santo Tomás, el apetito sensitivo, que es la facultad encargada de las emociones, no obedece de manera despótica a nuestra razón, sino más bien se resiste o tiene “vida propia”; es parte de la madurez psicológica y espiritual lograr la educación del apetito para que la emociones existan de acuerdo con la recta razón, es decir en los momentos adecuados, en la intensidad adecuada, etc. Pero en general, son pocos los que permanecen en esta educación, pues implica un trabajo constante.

No es suficiente saber lo que hay que hacer o qué habilidad debo desarrollar, sino que debo comenzar a hacerlo de apoco, ir entrenando mis emociones. En un principio conteniéndose de las pasiones o de las acciones a las que impulsan éstas, y perseverando en contra de nuestras costumbres emocionales.

Cuando nos enfrentamos a la sanación emocional, necesitamos: adquirir nuevas conductas; modificar la percepción que tenemos de nosotros, de los demás, del mundo; dominar ciertas pasiones; aprender a tolerar el malestar, o contenernos de ciertas acciones que el impulso me lleva a hacer; enfrentar situaciones difíciles, recuerdos dolorosos, personas a las que tememos, etc. Todas estas posibilidades, implican mucho trabajo por parte de quien padece el problema.

Ninguna de estas cosas las podemos lograr si no cultivamos la templanza. Es por esto por lo que es tan importante acompañar a los pacientes entrenando esta virtud. No necesariamente en un sentido espiritual, sino meramente en un sentido emocional. Por ejemplo: Si nos levantamos de la cama con más decisión y rapidez, ganamos en templanza (y fortaleza), pues dominamos el placer que implica quedarse más tiempo en la cama, por un bien mayor, que puede ser saludar bien a nuestra familia en la mañana pues tendríamos más tiempo. De ese modo fortalecemos el “músculo” de la templanza, para que sea más fácil en situaciones más complejas. Por ejemplo, si un paciente tiene problemas con su ex, y él le escribe, es más probable que sea capaz de dominar el deseo de estar con él, pues su razón se da cuenta que no es algo conveniente para tu felicidad (un ejemplo frecuente entre los pacientes que han tenido una ruptura amorosa). Si tenemos a alguien deprimido, y no tiene ganas de hacer lo que “debe” hacer, y va y lo hace igual, esa persona gana en templanza, pues domina esa tristeza que tiende a la inactividad, y luego se siente menos “inútil” y tal vez le pasa algo diferente; se distrae, piensa en otras personas, etc.

La terapia puede generar mucha frustración, sobre todo cuando ya se sabe hacia donde se debe conducir la persona; las emociones y experiencias impiden alcanzar ese objetivo con facilidad. La famosa “tolerancia a la frustración” sería una de las habilidades que podemos incluir dentro de lo que clásicamente se llama templanza. Cuando hay una baja tolerancia a la frustración, el sujeto suele evitar los problemas pues percibe que no es capaz de enfrentarlos y ganar. Todos sentimos frustración en alguna medida, pues este sentimiento aflora cuando no podemos lograr lo que queremos o deseamos, y por supuesto es una experiencia humana muy común. Hoy vivimos en una cultura de inmediatez, de rapidez, que no ayuda en lo absoluto a construir templanza, a desarrollar paciencia; ya ni siquiera tenemos que escribir los mensajes, sino que mandamos audios, ya no tenemos que escuchar al otro mientras habla en el audio, sino que podemos acelerar la velocidad en que lo escuchamos; si no tenemos cuidado, no vamos a ser capaces de tolerar ningún malestar.

No se trata de eliminar el placer y la tristeza de la vida, si no, todo lo contrario, disfrutar de nuestras emociones pues existen de manera equilibrada, y no somo prisioneros de ellas, pues tienen la intensidad adecuada y aparecen cuando corresponde, enriqueciendo nuestra experiencia humana.

Todos sabemos que un proceso terapéutico puede percibirse como una montaña muy difícil de subir, sabemos que implica esfuerzo, incomodidad y perseverancia; pero poco a poco podemos ir alcanzando con más naturalidad aquellas costumbres necesarias para alcanzar nuestra salud psíquica. Podemos empezar ahora a ganar terreno y poner a prueba nuestra voluntad de a poco, para ver la meta con más esperanza, pues es posible de alcanzar.

M. Josefina Cañas Oliger

Psicóloga

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