Algunos principios básicos para practicar una psicología sana

Agosto, 2023

En ocasiones, una tarde de lluvia rinde frutos inesperados. Un poco de inspiración, precedida por décadas de ocupación por un tema, decantó en una feliz irrupción de ideas que fui poniendo por escrito antes de que se me borraran de la cabeza.

Presento, pues, un popurrí de ideas capitales, sin orden alguno, tal como se me fueron atiborrando en la mente, y fueron saliendo al impulso del deseo de comunicarlas. Confío en que mi lector benevolente se vea enriquecido, confirmado, ilustrado, instigado o incluso cuestionado con los enunciados que siguen.  

  1. En el orden antropológico, toda intervención psicoterapéutica tendrá que orientar al paciente a que alcance la subordinación de sus facultades sensibles a sus facultades espirituales. Condición indispensable para alcanzar tal subordinación es que, a su vez, las potencias espirituales estén ordenadas según disposiciones virtuosas. Imposible lograr el orden de la dimensión sensible sin una dimensión espiritual ordenada. De este modo, las diversas facultades y funciones psíquicas se encuadran en el conjunto del ser espiritual de la persona, y se subordinan a su finalidad honesta.

  2. En el orden de la naturaleza, todo ser vivo crece, madura y sana en el horizonte de sus inclinaciones naturales. Terapéutico, por tanto, será todo aquello que suscite, secunde, afirme y auxilie el orden de la naturaleza. Por fuera del orden moral natural, no hay intervención genuinamente terapéutica. Todo lo que no sea conforme a este orden de la naturaleza será, tarde o temprano, violencia. En conformidad con lo anterior, no debería el terapeuta sugerir u orientar al paciente a una transgresión del orden natural, aunque tal intervención pudiera traer consigo algún alivio psíquico transitorio e inmediato; en tal caso quedaría pendiente un ordenamiento ulterior que inevitablemente habrá de asumirse si se quiere alcanzar el orden interior.

  3. En el orden personal, dado que la causa final es la causa a la que se subordinan todas las causas, toda intervención psicológica ha de tener un horizonte y orientación fundamental que respete la vocación personal cierta del paciente. Toda intervención que desvíe, paralice o confunda la vocación personal terminará por situar al paciente fuera de su lugar natural: quedará como un hueso dislocado. Auxiliar al paciente a descubrir, desarrollar y madurar su vocación (natural, y accidentalmente, la sobrenatural) es parte integral del ejercicio del psicólogo. Esto exige de parte del terapeuta no solo competencias respecto de su ciencia psicológica, sino que deberá contar además con un conocimiento más amplio en el cual se inserta su ejercicio práctico, conocimiento que podríamos denominar "sabiduría filosófica" de la existencia humana y de la persona. Tomamos por fuente de tal sabiduría, especialmente, las enseñanzas de quien ha merecido ser llamado Doctor Humanitatis, Tomás de Aquino.      

  4. El psicólogo deberá tener claro que el desorden y la culpa moral pertenecen a un orden diverso al psicológico. Toda explicación psicológica del orden moral es, en última instancia, una intromisión indebida de la psicología en el orden moral. En esta línea, la culpa real no se cura con ningún tratamiento puramente psicológico.

  5. En relación a la eficacia de la terapia, ninguna intervención psicoterapéutica produce per se su efecto curativo. El paciente es el agente de su propia sanación, en cuanto que asume y realiza aquello que la intervención y la técnica le invitan a poner en acto, supuesta la rectitud de la intervención. En línea con lo anterior, la libertad del paciente no es ni sustituida ni puesta en pausa durante la psicoterapia; muy por el contrario, la psicoterapia cuenta y necesita de ella.  

  6. En cuanto a la condición antecedente y concomitante a toda intervención terapéutica, es necesario que el paciente sienta por parte del terapeuta estima, consideración y respeto, lo cual se traduce en un genuino interés por su persona y salud. Se trata del amor benevolente que contiene, respalda y acredita a la intervención técnica. Sin este lazo de confianza básica que el amor benevolente infunde en la relación terapéutica, será difícil, si no imposible, llevar a cabo trabajo terapéutico alguno. Entra en juego aquí, por tanto, la armonía, equilibrio y madurez de personalidad del propio terapeuta.

  7. En relación a la psicofarmacología, se ha de señalar que aspira a hacer remitir o moderar la sintomatología, facilitando con ello el trabajo psicoterapéutico y posibilitando la reinserción del sujeto a su vida ordinaria. Pero esta mejoría no necesariamente significa la resolución de los problemas profundos de la persona, a los que hay que apuntar desde la instancia psicoterapéutica a fin de restituirle el equilibrio afectivo  indispensable al ejercicio de su libertad.

  8. En relación con sus congéneres, el hombre es naturalmente social. Los "otros" son el horizonte natural en el que la persona ejerce sus facultades y recursos en un sentido plena y específicamente humano. Ello significa que el hombre no puede vivir, crecer, madurar ni realizarse como persona por fuera de una sana y fecunda convivencia familiar, amical y social.

  9. En el orden trascendente, el hombre es naturalmente religioso. Toda vez que se pretenda que la religión es un mero producto de la mente en el cual el hombre se refugia en un autoengaño pueril, se estará negando el hecho incontestable de la perseverancia en la fe religiosa incluso en la persecución y adversidad, hechos que contradicen y desmienten aquella supuesta actitud infantil y muestran el carácter trascendente de aquella, que mueve los dinamismos más íntimos del hombre en orden a sus esfuerzos más altos y sus empeños más nobles. La ciencia psicológica nada tiene que decir per se de la religión; sí puede –y lo ha hecho– validar los efectos saludables de la práctica religiosa.  

  10. En suma, el psicólogo ha de intervenir a su paciente en orden a que este, asumiendo personalmente su naturaleza humana, sus cualidades individuales y sus condicionamientos biográficos, forje su proyecto de vida y lleve a cabo su vocación.     

Dr. Pablo Verdier M.

Médico psiquiatra

Presidente APSIP

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