La gratitud: el más amable de los remedios para la tristeza

Julio, 2023

Hoy en día, parece estar en boga el ejercicio de la gratitud como una actitud deseable en la vida social, ya sea inspirada por una ética de las “buenas costumbres” y amistad cívica, o bien, por formas de espiritualidad orientales y, hasta en algunos casos, como un consejo para atraer “las buenas vibras”.

Sin desconocer ni desmerecer el sentido que puede tener la práctica de la gratitud desde estas miradas, quisiera rescatar el lugar indispensable que tiene en la vida cristiana, como un acto de justicia y como el más amable remedio para la tristeza. 

Actualmente la gratitud aparece muchas veces relegada a un lugar “opcional”, solo necesaria para aquellos que aspiran a llegar a las altas cumbres de la santidad o que ya las han alcanzado. Parece que todos los demás deberían estar más concentrados en lograr a pulso el ascenso a la montaña, y no distraerse en contemplaciones beatíficas.

Nada más lejos de la realidad, ya que la gratitud es en realidad un acto de justicia y no solo una actitud positiva. 

Esto es así porque supone, en primer lugar, reconocer los bienes recibidos, hecho que ningún buen cristiano podría negar. Y no estamos hablando solamente de los grandes bienes, como la vida o la salud, sino de todos aquellos pequeños bienes de los que estamos rodeados y la mayor parte de las veces poco conscientes: la sonrisa de quien me vende un café, el gesto de preferencia que me indica el conductor de adelante para que pase yo primero, el beso o el abrazo espontáneo de los hijos, padres y esposos, la posibilidad de sentarnos al sol sobre la hierba, y respirar profundo, o de contemplar un hermoso paisaje. Son tantos los ejemplos que no terminaría nunca de nombrarlos, porque nuestra vida está repleta de ellos.

Esta inclinación a reconocer el bien recibido, cuando se practica y se instala progresivamente como un hábito, tendrá varios efectos que vale la pena rescatar:

En primer lugar, la gratitud ordena nuestra voluntad en relación al bien, ya que nos hace más capaces de aprehenderlo, al “entrenarnos” en la atención a los bienes que nos rodean. Y siendo capaces progresivamente de aprehenderlo también, seremos capaces de amarlo.

En segundo lugar, dado que es verdadero que hemos recibido bienes gratuitamente, la gratitud nos ordena hacia la verdad.

En tercer lugar, la gratitud, así como la justicia en general, es una virtud que restituye el orden debido, poniendo en su lugar nuestros propios méritos en relación a aquello que simplemente hemos recibido. Practicar la virtud de la gratitud nos irá permitiendo experimentar una cierta sensación de orden interno, de restitución del orden debido. Por otra parte, dado que restituye el orden, no sólo lo hace internamente si no que permite la restitución del orden social y por lo tanto posibilitan la verdadera amistad. Desde este punto de vista la gratitud no es un accesorio, sino que es fundamental para poder dirigirnos hacia el fin de nuestra propia vida, que es la vivencia de la comunión personal.

En último lugar, ya que supone el reconocimiento de algo recibido, y no ganado, mientras más conciencia tenemos de nuestra pequeñez más somos capaces de reconocer los bienes que hemos recibido gratuitamente. Es por esto que la gratitud se alimenta de la humildad y nos hace crecer en ella.

Finalmente, y como un punto especialmente relevante para todos aquellos que trabajan en el área de la salud mental, la gratitud se nos presenta como el más amable de los remedios a la tristeza ya que, al tratarse del reconocimiento de un bien recibido, nos ayuda a hacer presentes los bienes y por lo tanto moviliza la pasión de la alegría. Esto lo ha vislumbrado en los últimos años la ciencia empírica, prestando atención al efecto que esta virtud puede tener en nosotros aumentando nuestra sensación de bienestar, ya que los resultados sugieren que “un consciente centrarse en las bendiciones puede tener beneficios emocionales e interpersonales positivos” (Emmons y McCullough, 2003, p. 377).

En efecto, y desde un punto de vista psicológico, la actitud de la gratitud nos ayuda a poder descentrarnos de lo que falta o de lo que “necesita arreglarse”, lo cual podría significar muchas veces una modificación a nivel cognitivo en cuanto a nuestros pensamientos automáticos o juicios sensibles cotidianos. Estar centrados en lo que nos falta puede llevarnos a una vida triste, ya que la tristeza es “la pasión que se suscita ante un bien ausente”. El agradecimiento en cambio nos lleva a prestar atención a aquello que sí está movilizando en nosotros la alegría, ya que esta es “la pasión suscitada por la presencia de un bien presente”. 

Y dado que los seres humanos somos unidad substancial de cuerpo y alma, los efectos positivos a nivel afectivo y cognitivo redundarán también en un mayor bienestar físico y social. 

Una ventaja de esta práctica, como técnica terapéutica, tiene que ver con su efecto inmediato, ya que cada acto de agradecimiento (interno o externo) produce de inmediato esta alegría, y refuerza la posibilidad de seguir practicándola y la posibilidad de ir generando nuevos hábitos cognitivos y modificaciones biológicas que redundan en este mayor bienestar.

Es por esto que algunos psicólogos han empezado a incorporar, como parte de sus herramientas terapéuticas, el “diario de la gratitud”, animando a sus pacientes a anotar diariamente aquellos bienes que reciben.

Tanto la perspectiva filosófica como la psicológica nos ayudan a comprender la importancia de la gratitud en nuestras vidas, para poder llevar una vida que nos conduzca a un florecimiento de nuestra naturaleza y una vida más plena.

Finalmente, la encíclica Gaudate et Exultate nos puede ayudar a reflexionar sobre la gratitud, no solo como una actitud positiva hacia la vida desde un punto de vista humano y psicológico, sino también desde una actitud teológica y cristiana, como quien sabe que todo lo ha recibido como un regalo de Dios:

El Catecismo de la Iglesia Católica también nos recuerda que el don de la gracia «sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana» (cf 1 Co 2, 7-9), y que «frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito alguno de parte del hombre. Entre él y nosotros la desigualdad no tiene medida». Su amistad nos supera infinitamente, no puede ser comprada por nosotros con nuestras obras y solo puede ser un regalo de su iniciativa de amor. Esto nos invita a vivir con una gozosa gratitud por ese regalo que nunca mereceremos, puesto que «después que uno ya posee la gracia, no puede la gracia ya recibida caer bajo mérito» (Aquinas, T). Los santos evitan depositar la confianza en sus acciones: «En el atardecer de esta vida me presentaré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos» (2018, n. 57).

Esto nos lleva a concluir que, practicar esta virtud será especialmente fructífero cuando estamos tristes y centrados en “el vaso medio vacío” así como cuando, teniendo fe en Dios, hemos olvidado la verdad fundamental sobre nuestra pequeñez en relación a la bondad y los dones que Él nos entrega constantemente. 

Referencias bibliográficas:

Emmons, R. A., & McCullough, M. E. (2003). Counting blessings versus burdens: An experimental investigation of gratitude and subjective well-being in daily life. Journal of Personality and Social Psychology, 84(2), 377–389. 

Francisco I. Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (19 de marzo de 2018). 


Carolina Barriga Polo

Psicóloga Clínica

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