Tristeza, amistad y alianza terapéutica

Agosto, 2025

Cuando decimos que una persona está angustiada o deprimida, en el fondo estamos hablando de que esa persona está padeciendo una tristeza, con menor o mayor frecuencia o intensidad. Pensemos, por ejemplo, en alguna situación de bullying en que el niño intenta huir de ese hostigamiento pero no logra, sino que éste sólo aumenta en intensidad y frecuencia, encontrándose abatido y sumiéndose en un estado de ánimo depresivo, ya casi sin fuerzas para volver al colegio, hundido en la tristeza. Y es que, si bien es natural buscar ser feliz, también es cierto que la tristeza es una realidad de la que muchas veces es difícil huir, siendo esta la condición en la que muchas personas se encuentran. En este contexto, muchos ponen sus esperanzas en un proceso de psicoterapia.

Al respecto, Santo Tomás de Aquino, al abordar la tristeza en su Tratado de las Pasiones (Suma Teológica) propone algunos remedios para ella, todos relacionados con la delectación, como el llanto, el sueño, los baños, la contemplación de la verdad y la compasión de los amigos. Entre estos, señala que “la mayor delectación consiste en la contemplación de la verdad”. Sin embargo, la amistad es un remedio especialísimo puesto que, a diferencia del resto, siempre depende de un otro, y de que ese otro también padezca de esa tristeza. En efecto, basándose en Aristóteles comenta que “el amigo que se conduele en las tribulaciones es naturalmente consolador. De lo cual da dos razones el Filósofo[1] en IX Ethic. La primera de ellas es porque, siendo propio de la tristeza el apesadumbrar, implica la idea de cierto peso, del cual procura aligerarse quien lo sufre. Así, pues, cuando alguien ve a otros contristados de su propia tristeza, se hace como una ilusión de que los otros llevan con él aquella carga, como si se esforzaran en aliviarle del peso, y, por eso, lleva más fácilmente la carga de la tristeza, como también ocurre en la transportación de las cargas corporales”. 

Si volvemos al ejemplo del inicio, es como si el niño que está siendo víctima de bullying tuviera un buen amigo que hace lo posible por defenderlo, soportando incluso también ser molestado por los abusadores.

Pero más aún, continúa el Doctor Angélico: “La segunda y mejor razón es que, por el hecho de que sus amigos se contristan con él, entiende que le aman, lo cual es deleitable […]. Luego, mitigando toda delectación la tristeza […], se sigue que el amigo que se conduele mitiga la tristeza”.

En efecto, la “compasión” es más que la mera “empatía”. Por empatía se podría llegar a comprender e incluso sentir el dolor del otro, pero eso no implica “padecer con” el otro. Mediante la amistad, que exige un vínculo recíproco de benevolencia, sí se puede llegar a padecer con el otro, puesto que sólo a través del amor se puede conocer la interioridad del otro y así compenetrarse en su dolor[2]. 

Desde esa reciprocidad amorosa de la amistad es que logra condolerse en las tribulaciones y ser naturalmente un consolador, cargando juntos el peso de la tristeza, lo que unido al saberse amado, se traduce en un alivio del padecer, junto con el deleite de sentirse amado, aplicándose así el criterio del Aquinate acerca de que toda delectación mitiga la tristeza.

Ahora bien, en psicología se habla del “vínculo terapéutico”, como un factor predictor de éxito terapéutico. Al respecto, cabe decir que, cuando una persona se percata de que es amada en sí misma, es esperable que se sienta atraída a retribuir también con amor benevolente, generándose una amistad, al menos en algún grado, que facilita el conocimiento de la interioridad de la otra persona, y por lo mismo el diagnóstico y ejecución de técnicas terapéuticas adecuadas, sin reduccionismos. Además, hay heridas que sanan con amor a través de la amistad, más allá de las técnicas que se puedan emplear. 

Postulo que esta es la realidad que se esconde en lo “sanador” del “vínculo terapéutico”. Sin embargo, pueden surgir algunas preguntas y cuestionamientos a la posibilidad de que se dé una verdadera amistad –una amistad virtuosa–, en el vínculo terapéutico:

Por el lado del terapeuta: ¿debe amar con benevolencia a su paciente?, ¿es exigible?, ¿le sirve al paciente?, ¿es posible un amor benevolente cuando es una relación contractual y con un pago de por medio?, ¿basta con que sea lo suficientemente empático?

Por el lado del paciente: para que sane de su tristeza, ¿es necesario que ame con benevolencia al terapeuta o basta con que éste sea un amor útil? Si no fuese necesario, ¿sería más beneficioso en su proceso?

Al respecto, podemos decir que el amor de benevolencia no puede ser forzado, no es posible obligar a amar honesta y virtuosamente a otra persona. Presumir lo contrario sería sinónimo de anular la libertad puesto que, aunque le duela al que ama, la elección de rechazar su amor siempre es una posibilidad. Si se ama al otro, debe ser porque se lo elige. 

Además, un terapeuta que maneje el conocimiento y arte de técnicas que remuevan obstáculos de la sensibilidad para el buen uso de la razón y de la voluntad, sí puede ayudar efectivamente a su paciente, siendo un bien útil para él. Incluso, podríamos pensar que sería un atractivo adicional si fuese empático con su paciente, aunque sea a modo de simulación, y mejor aún si tiene un buen manejo de la retórica (aunque en este escenario podríamos hablar más bien de un “cliente”). Pero este escenario no siempre será exitoso, ya que la posibilidad de no ver integralmente a la persona que tiene al frente, siempre es real cuando no se le ama con benevolencia, pudiendo incurrir posiblemente en diagnósticos superficiales, y por lo mismo, con poca capacidad de cambio significativo, cuestionándose su eficiencia y eficacia como terapeuta.

Por otra parte, con relación al paciente, éste ya se ama a sí mismo con benevolencia[3]. De hecho quiere sanar de su tristeza, y por eso pide ayuda. En ese sentido, el terapeuta es un bien útil para el paciente. Asimismo, si el paciente percibe que no le está sirviendo en su motivo de consulta, puede buscar a otros terapeutas con total libertad, derecho y justicia.

Dicho esto, y sabiendo que puede ser polémico afirmar que el terapeuta debe amar con benevolencia a su paciente “por justicia”, cito lo que dice el Doctor Angélico en su Suma Teológica entorno a si la “amistad es virtud especial”: “es necesario que exista un orden conveniente entre el hombre y sus semejantes en la vida ordinaria, tanto en sus palabras como en sus obras; es decir, que uno se comporte con los otros del modo debido. Es preciso, pues, una virtud que observe este orden convenientemente. Y a esta virtud la llamamos amistad o afabilidad”. Y a continuación, refiriéndose a si es parte de la justicia dice que “esta virtud es parte de la justicia en cuanto se adjunta a ella como a su virtud principal. En efecto, coincide con la justicia en que una y otra dicen relación de alteridad, pero se aparta de ella porque no existe en la amistad una plena razón de deuda, como sucede cuando uno está obligado a otro, bien sea por una deuda legal, cuyo pago exige la ley, bien por un deber que dimana de algún beneficio recibido; esta virtud dice relación sólo a un deber de honestidad que obliga más al que la posee que al otro, porque el afable debe tratar al otro del modo conveniente”.

Entonces, valiéndome de lo expuesto, parece razonable concluir que, en función de un deber de justicia, el terapeuta debiera ser “afable”, amando con benevolencia a su paciente. Pero esto implica que el terapeuta sea virtuoso, abriéndose una arista sumamente compleja, puesto que, ¿quién se puede erigir como modelo de psicólogo virtuoso? Esto parece ser una situación insalvable.

Si vamos más allá de los “cánones” de la psicología moderna, ¿qué puede hacer un psicólogo con afán de santidad? Al menos pedir a Dios que lo llene de caridad, virtud teologal, con lo que bien se podría garantizar amar como corresponde a cada paciente y hacerles justicia de la dignidad de cada uno. A propósito de la compasión de los amigos como remedio de la tristeza, los psicólogos podemos compartir el dolor con el que cargan los pacientes, su Cruz, la Cruz de Cristo.

 

Juan de Dios Giménez S

Psicólogo


[1] Santo Tomás de Aquino se refiere a Aristóteles como “el Filósofo”.

[2]  Sugiero leer el Newsletter APSIP de Catalina Cubillos sobre “La humildad del psicólogo”.

[3] Recomiendo leer el Newsletter APSIP de Juan Pablo Rojas "Psicoterapia y Amor Benevolente".

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