Autoconocimiento y autoestima

Junio, 2021

El desarrollo del auto concepto podría resumirse, de manera simple, en la progresiva respuesta a las preguntas ¿qué conozco de mí mismo?, ¿cómo me defino?, y se concretará a través de la aprehensión de características y cualidades tanto físicas como cognitivas, afectivas, psicosexuales, sociales y éticas, acerca de nosotros mismos. Esto, se irá ampliando y complejizando a lo largo de las etapas del desarrollo, gracias al desarrollo cognitivo-afectivo y a la progresiva integración de todas estas características en una visión unificada y coherente de sí mismo.

Sin embargo, junto con la aprehensión de estas características y cualidades realizamos siempre un juicio de valor (autovaloración) que podría resumirse en la expresión ¿qué juzgo acerca de mí mismo?, y se concretará en un juicio de “bueno o malo” respecto de esas características que reconozco en mí.

La autoestima devendrá, en algún sentido, de las anteriores respuestas, y se resumirá en un ¿qué siento por mí? Desde este punto de vista, el sentimiento de amor por mí mismo dependerá en gran medida de cuan “bueno” y por lo tanto digno de amor me he juzgado. Será, a fin de cuentas, “el amor por mí mismo según el concepto que tenga de mí”.

En cuanto a este amor, es apropiado y necesario distinguir el movimiento de amor sensible y de amor espiritual, ya que son niveles diversos en que experimentamos amor a nosotros mismos. El primero, se moverá frente a una experiencia particular y singular, e irá alimentado el experimentum que se guarda en la memoria. El segundo, basado en las experiencias particulares, pero también en la capacidad de volver sobre sí mismo, irá formando conceptos (un autoconcepto) que moverá el afecto (en este caso de la voluntad) de manera más estable en una cierta “disposición afectiva” hacia nosotros mismos.

Pero todo esto que hemos definido, queda enmarcado en un solo tipo de autoconocimiento, que llamaremos conocimiento esencial de nosotros mismos, en cuanto se relaciona con el conocimiento de nuestra propia “esencia”, desde lo más general (soy un ser humano) hasta lo más particular (qué tipo de ser humano soy). Este tipo de autoconocimiento, requiere de tiempo y trabajo, ya que, como hemos dicho, dependerá de nuestras experiencias y de nuestra capacidad de aprehender aquello uno y único que descubrimos detrás de tantas características aisladas.

En cuanto al amor que se moverá en base a nuestro conocimiento esencial o autoconcepto, éste será hasta cierto punto cambiante, ya que depende de un proceso de autoconocimiento que se da en el tiempo. Además, este tipo de amor será en algún sentido “condicional”, ya que dependerá del reconocimiento de ciertas cualidades o limitaciones en mí. Si bien esto podría parecer una amenaza a una buena autoestima, por el contrario, la condicionalidad nos puede mover, desde una cierta conciencia de déficit, a mejorar, y abrirnos con humildad a nuestra verdad limitada e imperfecta.

Así mismo, el ser humano, en cuanto ser personal que trasciende su propia materialidad, es capaz de conocerse también de manera “existencial”. Este tipo de autoconocimiento no es discursivo ni necesita de un trabajo, ya que brota naturalmente de un alma que está siempre presente a sí misma.

El amor que se moverá en base a nuestro conocimiento existencial, nos remite al reconocimiento de nuestro valor más allá de toda cualidad, ya que, como dice San Agustín en el Libro IX De Trinitate, el conocimiento, el alma y su amor son una unidad, por lo que esta autopresencia es una “autopresencia amorosa”, raíz de todo movimiento de amor hacia sí mismo. Este amor a sí mismo no dependerá de un proceso, ni del descubrimiento de “características buenas” en mí, sino que nace de la naturaleza propia del alma que está presente a sí misma (y que es valiosa por sí misma). Es por esto que los desprecios que recibamos desde los inicios de nuestra existencia, dejarán una herida en nuestra alma que, naturalmente, se reconoce amable y digna de ser amada. Así también, el amor benévolo y los cuidados recibidos desde la más tierna infancia, nos permitirán aprobar y confirmar nuestro propio valor.

Luego, en la medida que el niño va tomando conciencia de sus actos, va tomando conciencia actual de ser único, irrepetible, y protagonista de su propia biografía.

La afirmación existencial (“qué bueno que existas”, “tú eres único” ...) que otros hagan en las etapas tempranas de la vida, y también en las posteriores, vendrán a fortalecer ese amor a sí mismo que es reafirmación de nuestro valor intrínseco. Sin embargo, este tipo de amor a sí mismo, que será como la raíz de toda la autoestima, parece haber sido olvidado por la psicología contemporánea.

Nos hemos quedado con una visión de la autoestima reducida al conocimiento esencial de nosotros mismos, y que se basa entonces únicamente en el reconocimiento de ciertas “cualidades” en nosotros mismos, que deben ser “reforzadas” por los padres, incluso a costa de la realidad y de la verdad.  De aquí también el horror que muchos manifiestan a descubrir su propia fragilidad, bajo la amenaza de considerarse defectuosos con la consecuente destrucción de su autoestima.

Caronina Barriga Polo

Psicóloga

Anterior
Anterior

Aceptarse para avanzar

Siguiente
Siguiente

Sobre la integración del dolor