Un llamado a la psicología contemporánea

Cómo el nombre de León XIV nos interpela a reconciliar ciencia, filosofía y fe.

Junio, 2025

La elección del nuevo Papa, León XIV, ha sido recibida con júbilo y esperanza en toda la Iglesia. El mundo observa expectante el comienzo de un pontificado que, desde sus primeras palabras, ha expresado su deseo de guiar a la Iglesia de la mano de Dios, al mismo tiempo que busca tender puentes de diálogo con un fuerte sentido de justicia social. Así, en medio de los desafíos contemporáneos, León XIV ha optado por mirar al pasado, y no por nostalgia, sino para dar continuidad a los valores que han guiado a la Iglesia en situaciones similares. Y lo ha hecho comenzando por su nombre.

Un nombre con historia: de León XIII a León XIV

León XIV no eligió su nombre al azar. En una breve pero significativa reunión, explicó a los cardenales que lo hacía en honor al último pontífice que lo llevó: León XIII, autor de la célebre encíclica social Rerum Novarum (1891). Sin embargo, conviene tener en mente que antes de ese texto fundacional de la Doctrina Social de la Iglesia, León XIII escribió Aeterni Patris (1879), una encíclica en la que convocaba a toda la Iglesia, pero en particular a las instituciones académicas católicas, a restaurar la filosofía según el espíritu de Santo Tomás de Aquino.

Para la mayoría de nosotros, quienes en alguna medida somos ajenos al contexto en el que se promulgó dicha encíclica, naturalmente sale a nuestro encuentro la pregunta acerca del motivo por el que León XIII se vio impelido a escribir Aeterni Patris, por lo que pensamos provechoso reparar en la siguiente analogía: frente a un problema de salud, un buen médico sabe que no puede ayudar su paciente sin antes identificar qué está causando los síntomas. Sin embargo, el diagnóstico por sí solo no resolverá el problema, pues cualquier tratamiento sólido requiere en segunda instancia de que se administre la cura. 

León XIII comprendió con claridad que la crisis de la modernidad no era sólo moral o política, sino radicalmente filosófica —como bien ilustraremos más adelante—, y que identificada la causa detrás de los síntomas, se requería de un tratamiento ad hoc. Siguiendo con la analogía médica, uno podría pensar que lo más adecuado podría ser la remoción del cuerpo extraño que impide el correcto funcionamiento del cuerpo, sin embargo, ese no es el camino que León XIII siguió. Él no propuso confrontación o rechazo, sino diálogo e integración, promulgando que se recuperara la sabiduría perenne de la tradición tomista y se la pusiera en diálogo fecundo con el pensamiento moderno. 

Después de todo, aunque este último había causado mucho daño, ello no invalidaba sus descubrimientos verdaderos. Por lo que León XIII, lejos de sostener que debían ser descartados, reconoció la necesidad de corregir las desviaciones y excesos del pensamiento contemporáneo mediante un nuevo fundamento: una tradición —la tomista— que brindase un marco coherente para ordenar y comprender el alcance de los avances modernos. De ahí la famosa frase de León XIII: Vetera novis augere et perficere (“Fortalecer y completar lo antiguo con la ayuda de lo nuevo”).

Como atestiguan los más de 180 libros sobre Tomás de Aquino publicados por Cambridge University Press y Oxford University Press —incluyendo, notablemente, un Companion to Aquinas que ya va por su séptima edición y un Handbook of Aquinas de casi 600 páginas— esta tradición goza hoy de gran aprecio entre algunas de las más prestigiosas universidades seculares. Cabe entonces preguntarse: ¿cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos empeñarnos en estudiar a Tomás de Aquino?

La elección de León XIV: una señal para la psicología católica

Entre todos los sectores que deberían sentirse particularmente interpelados por el nombre del nuevo Papa, uno destaca en especial: el de los psicólogos católicos. Si hay una disciplina que ha sufrido profundamente por el divorcio entre fe y razón, entre ciencia empírica y filosofía del ser, esa es la psicología contemporánea. Pues, aun cuando nació con la aspiración de comprender al ser humano, ésta ha recorrido durante casi siglo y medio, un camino marcado por el reduccionismo y la fragmentación.

En nombre del rigor científico, abandonó la pregunta por el alma. En nombre de la precisión empírica, evitó el diálogo con la filosofía. Y en nombre de la neutralidad, desarraigó el conocimiento de la persona de todo marco ético o teleológico. El resultado es una psicología que suele saber mucho sobre procesos, pero poco sobre fines; que estudia conductas pero apenas roza el misterio de la libertad; que busca eficiencia, pero a veces olvida la dignidad.

En este contexto, el gesto del nuevo Papa no debe percibirse como un asunto puramente eclesial, sino como una señal para los psicólogos católicos, universidades, centros de formación y de práctica clínica que dicen ser herederos de una visión integral del ser humano. Dicho de otro modo, debiese ser un recordatorio de que sin una sólida antropología filosófica, la psicología queda incompleta, y que sin una filosofía que reconozca al hombre como unidad de cuerpo y alma, dotado de razón y voluntad, todo esfuerzo terapéutico corre el riesgo de mutilar lo más esencial de la persona, volviéndose así iatrogénico.

Restaurar a Tomás, dialogar con la ciencia

El punto central de Aeterni Patris no era simplemente promover el tomismo como una escuela entre otras, ni convertirlo en una doctrina cerrada o rígida. Lo que buscaba León XIII era restaurar un espíritu filosófico capaz de sostener el diálogo entre fe y razón, teología y ciencias empíricas. En este sentido, ya sea por su noción de verdad como conformidad del intelecto con la realidad, o por su convicción de que toda verdad, provenga de donde provenga, refleja la Verdad divina, Santo Tomás se presenta como un maestro ejemplar, capaz de ofrecer apertura sin renunciar a la profundidad. Otras posturas, en cambio, no logran lo mismo. Más bien lo contrario.

Como es de esperar, abrazar corrientes de pensamiento que ignoran verdades elementales sobre la naturaleza humana tiene consecuencias directas para la psicología. Porque solo una psicología que parta de una noción verdadera del ser humano —como ser racional, libre y ordenado hacia un fin trascendente (Dios)— podrá realmente ayudar a las personas a comprenderse y sanarse. Y solo una psicología que logre integrar los descubrimientos de la neurociencia, el trabajo clínico y la observación empírica con una filosofía del alma, una ética del bien y una metafísica del ser, estará a la altura del hombre concreto.

Por eso, cuando hoy en día las ciencias humanas tienden a perder de vista al sujeto en favor de los datos, el nombre de León XIV debe invitarnos a considerar que volver a Tomás no es un retroceso, sino el camino para avanzar sin perder de vista lo esencial y que, por tanto, la verdadera innovación no consiste en abandonar el pasado, sino en fundar los desarrollos nuevos sobre los principios perennes de la realidad.

Un desafío para nuestras instituciones

Este nuevo pontificado representa una oportunidad providencial para que universidades, facultades de psicología, editoriales, asociaciones profesionales y centros terapéuticos inspirados en la fe reexaminen sus fundamentos. Debemos preguntarnos si estamos formando psicólogos capaces de tender puentes entre las verdades reveladas por la teología y aquellas descubiertas en el laboratorio. ¿Estamos ofreciendo a nuestros estudiantes una visión del ser humano que reconozca su vocación trascendente? ¿No habremos aceptado sin crítica los modelos antropológicos dominantes en el ámbito académico? Estos pueden contener verdades parciales —por eso resultan creíbles— pero no olvidemos que solo la verdad plena, como dice el apóstol Juan (Jn 8, 32), nos hará libres.

Por este motivo, la figura de León XIV debería impulsarnos, como Iglesia, no a conformarnos con adaptar la psicología al cristianismo, sino a transformarla desde sus raíces, para que haga justicia a la plena realidad de la persona humana. Esto implica recuperar a Tomás no como simple referencia, sino como maestro del pensamiento. Implica fomentar el diálogo con las ciencias sin caer en el cientificismo. Y, sobre todo, implica formar psicólogos que comprendan su trabajo como una participación en la acción de Dios, que sana los corazones destrozados y venda heridas (Sal 147, 3).

Hacia una psicología con alma

En un mundo impregnado de pragmatismo, fracturado en sus fundamentos y lleno de contradicciones, el nombre elegido por el nuevo Papa debe recordarnos que sólo una visión integral del hombre puede traer verdadera sanación y paz. En otras palabras, su decisión es la ocasión perfecta para evocar en nuestra memoria el llamado de su predecesor: restaurar la filosofía perenne para iluminar las ciencias humanas y, entre ellas, en particular, la psicología.

Para los psicólogos católicos, este recordatorio es tanto un desafío como una promesa. Un desafío, porque implica revisar métodos, contenidos y horizontes. Pero también una promesa: que es posible una psicología verdaderamente humana, profundamente cristiana y rigurosamente científica. Una psicología que no abandone el alma, porque sin ella, el hombre desaparece de nuestra vista.

Nicolás Eyzaguirre Bäuerle

Licenciado en Psicología

Director de Tradere House Press

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