El pondus como centro de gravedad de la personalidad

Marzo, 2022

¿Existe algún afecto rector de la vida psíquica?, ¿hay un afecto que sea más relevante que los demás o son todos semejantes? En el comienzo de su obra, Sigmund Freud adhería a la idea de que era un solo principio afectivo, a saber, el eros, el que gobernaba la vida psíquica sin contrapesos. Este axioma, sostenido de manera obcecada durante años por el Médico Vienés, le valió la enemistad de Adler y Jung, dos de sus primeros discípulos, quienes no compartían su teoría “pansexual” de la libido. Sin embargo, esto cambiará a partir de la publicación de su ensayo “Más allá del principio del placer”, en el que Freud admitirá otro principio psíquico: el thanatos o pulsión de muerte. En adelante, se postula que hay dos fuerzas primigenias en el alma: una inclinada a la unidad, y otra, a la destrucción. De esta manera, se abandona la explicación de la vida psíquica a partir de un solo principio.

Por su parte, el psicólogo humanista Abraham Maslow, plantea que el ser humano posee múltiples inclinaciones, distinguiendo cinco niveles en su célebre “pirámide o jerarquía de las necesidades”. Para el psicólogo norteamericano, todas las necesidades son importantes de satisfacer en orden a lograr un estado de autorrealización. Es enfático en resaltar que los diferentes niveles son independientes, no reducibles o reconducibles a uno solo. Maslow se desmarca así de la postura psicoanalítica original, según la cual todas las necesidades del ser humano se pueden reconducir enteramente a las necesidades sexuales. Con esto, también rehúsa plantear que la vida psíquica del ser humano dependa de una sola necesidad o afecto.

La Psicología Integral de la Persona, en cambio, considera que la vida psíquica completa gira en torno a un afecto: el amor por el fin último. Santo Tomás de Aquino afirma que el amor es la causa de todo lo que hace el amante (I-II, c. 28, a. 6). Esto quiere decir que el conjunto de las operaciones de una persona se debe, en última instancia, a un único amor, el cual da coherencia a todos los actos. Del mismo modo que el amor por su prometida mueve a un hombre a levantarse temprano, a escribir una carta, a comprar flores, a ordenar su horario para poder visitarla, a buscar el trabajo que le permitirá ahorrar lo suficiente para poder casarse con ella, etc., toda persona posee un fin amado en torno al cual estructura su vida y realiza todos sus actos.

Algo semejante afirma Aristóteles cuando explica que existen tres géneros de vida, según el tipo de fin que la persona escoja. El primer género de vida es aquel según el cuerpo, centrado en obtener el máximo placer posible y minimizar el dolor. Acerca de él, el Filósofo afirma que la gran mayoría de los hombres lo abraza, a pesar de que no se distingue en nada de la vida que llevan los animales. El segundo género de vida consiste en las obras buenas. Si bien la vida activa es infinitamente superior al género de vida anterior, ésta no permite al hombre llegar a su plenitud, pues lo central en el ser humano es la operación interior de conocer, y no las operaciones exteriores. El tercer género de vida corresponde al de aquellos consagrados a la contemplación. Éste sería el único que depara felicidad verdadera, y es escogido por muy pocas personas. En todos estos casos, es un fin único el que domina el alma humana y el que explica todo el quehacer de cada individuo. El problema consistiría en escoger el apropiado.

San Agustín de Hipona ya había advertido la centralidad del amor al fin en la estructura de la personalidad. “Amor meus pondus meum: illo feror, quocumque feror” (“El amor es mi peso, por él voy dondequiera que voy”) afirmó en sus célebres Confesiones, dando a entender que aquello que el ser humano ama por sobre todo es semejante a un peso (pondus) que, atraído por la gravedad, produce una inclinación de todas las cosas hacia sí mismo.

Alfred Adler, en la misma línea plantea que toda persona persigue un fin, el cual determina un estilo de vida y ayuda a explicar el conjunto de la vida psíquica del individuo. El fin escogido por el neurótico es un fin ficticio, un fin relacionado con la satisfacción de un sentimiento de superioridad que permitiría escapar de un sentimiento de inferioridad original. Pero tal como el propio Adler afirma, ese fin es inalcanzable, porque es una ficción exagerada. Para sanar verdaderamente del sentimiento de inferioridad, habría que ayudar al neurótico a entrar en la lógica del sentimiento de comunidad, según la cual ya no hay que competir para obtener valor: todos somos valiosos porque nos necesitamos mutuamente para vivir en sociedad.

Esta feliz mirada acerca de la centralidad del fin amado para explicar las acciones externas, pero también el conjunto de las actitudes y actividades interiores tiene mucho que aportar a la psicología contemporánea. Se trata de un concepto capaz de articular lo múltiple y lo uno, iluminando el modo en que los muchos rasgos de una persona adquieren coherencia interna en torno a un afecto principal. ¡Cuán útil puede ser este concepto para los psicólogos clínicos, quienes podrán descubrir debajo de las pluriformes manifestaciones de vida interior del paciente la unidad que enhebra sutilmente la totalidad del tejido personal!


Juan Pablo Rojas Saffie

Psicólogo

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