La terapia como afirmación

Marzo, 2024

Para que una persona pueda amar a otros, necesita haber sido amada antes, que otros la hayan visto como persona, que hayan visto el bien que hay en ella. Todo ser humano tiene una necesidad intrínseca de amor, necesidad que responde a, y es una de las aristas de la inclinación natural a la conservación del propio ser. Cuando esta necesidad no se ve satisfecha, tarde o temprano se manifestará en problemas emocionales.

Muchas veces, quien está herido emocionalmente no es capaz de recibir ese amor cuando se le ofrece. Su afectividad herida lo nubla, no le permite ver bien quiénes están “ahí” ofreciéndole ese amor, no le permite estar agradecido de lo que tiene, pues para agradecer tenemos que experimentar que somos un bien. Solemos mirar lo que nos falta, lo que no tenemos, pudiendo ello repercutir en una postura de indefensión, de inseguridad, de retracción, de “parálisis” frente a la vida.

Como terapeutas tenemos una oportunidad única de ser una “figura de afirmación”, esa figura que puede mostrar al paciente que es digno de ser amado. Reflejar con nuestra autenticidad e interés que buscamos su bien, que buscamos su felicidad y que lo aceptamos tal cual es porque lo aceptamos porque es, pudiendo ser una experiencia íntimamente sanadora en aquellos que desconocen tal experiencia tan estimulante y humanizadora. Si existe al menos una persona en su vida –nosotros, los terapeutas– que satisfaga esa necesidad de ser amado y aceptado, puede que ese solo hecho le facilite al paciente ver más allá de su neblina emocional.

Amar a nuestros pacientes y amarlos de un modo particular, es ya un modo de terapia, puesto que le dará la seguridad y confianza que lo sostenga y lo lleve a ir enfrentando su problemática. Si refuerzo a mi paciente con un amor incondicional, va a sentir no solo la seguridad de alguien en quien apoyarse, sino la fuerza que nace de experimentarse digno, dilatándose con ello el horizonte de su vida y con ello aspirar a “más para su vida”. 

Esta directriz bien concreta de cómo debemos ser terapeutas podemos usarla como criterio de examen personal para evaluarnos si vamos bien en el camino del ‘amor afirmativo’ a nuestros pacientes. Cuántas veces nos preocupa más la “eficacia técnica”, la “perfección técnica” de nuestras intervenciones, y sin advertirlo restamos importancia o descuidamos lo más significativo, el vínculo que hace posible tales intervenciones.

 Se ha dicho y se repite hasta el cansancio que lo más importante para una buena terapia es el vínculo, pues bien, tenemos algo especial que aportar a la cualidad de ese vínculo, el amor benevolente. Ese amor nos va a impulsar a estudiar, investigar, buscar formas para ayudar al paciente, tal como lo hacemos por un amigo, un hermano, un hijo. Es el amor benevolente que estimula todos nuestros recursos por aquellos a quienes queremos, nuestros pacientes incluidos. 

Hace poco descubrí la terapia del psiquiatra Conrad Baars, denominada Terapia de afirmación (Affirmation Therapy, cf. The Baars Institute, www.baarsinstitute.com) en la que se declara explícitamente que con la propia afectividad del terapeuta se busca sanar al paciente por medio de esa afirmación, “estando ahí para él”. Espero que estas líneas susciten el interés por explorar esta sugerente modalidad terapéutica, tan conforme tanto con el sentido común, con los estudios empíricos sobre los factores comunes en psicoterapia, como con una sana y adecuada antropología.

 La noción de “afirmación” que sostenemos en estas reflexiones dista de aquellas otras al uso en psicología. Así, por ejemplo, la aceptación incondicional propuesta por Rogers, puede muy bien representar una intuición adecuada acerca de la aproximación que debemos tener ante nuestros pacientes, pero ha de ir acompañada de un contenido verdadero. La afirmación, pues, del paciente en tanto persona, desde el amor benévolo y respetando su dignidad  como persona singular, original e irrepetible es, sin duda, de un valor inestimable siempre y cuando con nuestra afirmación afirmemos a la persona –al paciente– a asumir su naturaleza.      

Josefina Cañas

Psicóloga

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